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martes, 24 de enero de 2012

"A tres minutos de las gaviotas"

De las historias que he escrito, esta la considero una de las mejores, ¿por qué? Porque al principio no me convencía del todo, pero fue leerla una vez, después otra, y otra e irme gustando cada vez más. ¿Gracioso, no? Que una historia por sí sola enamore a su propio escritor. Cada vez que la leía le encontraba algo nuevo, reforzando así mi idea de que ha sido una de las mejores cosas que he escrito.
Pero como siempre, todos son puntos de vista, por lo que os pido que la leáis y la disfrutéis, si procede:


A tres minutos de las gaviotas

Fotografía sacada de aquí


Le conocí cuando atracó en el muelle de  mi ciudad hace tres meses. Era un hombre que solo poseía un barco y una gran labia, el cual me vendió sueños imposibles a cambio de mis músculos, mis conocimientos en carpintería y mi compañía. Como digo, no tenía nada: ni provisiones, ni herramientas, ni tripulación, ni un mapa por poco detallado que fuera…solo una gran imaginación, que dotaba de realidad a cualquier disparate que saliese de su boca, obligando a su interlocutor a seguirle y adorarle como a un dios todopoderoso, pues era capaz de hacer realidad cualquier sueño que uno tuviese…utilizando únicamente sus palabras.

Se fijó en mí, en un simple carpintero, en vez de en cualquier otro marinero, abundantes en una ciudad portuaria como lo era mi pequeña ciudad natal, y nunca supe por qué. Cruzamos palabra a su llegada al puerto, fui el primero en acercarse y ofrecer mis servicios para reparar y mantener su increíble velero. Así me ganaba la vida hasta entonces, brindando mis humildes servicios a aquellos que no tenían dinero suficiente para costearse la reparación en un astillero profesional.

No recuerdo con exactitud sus palabras, solo recuerdo que fue directo al grano: no tardó en ofrecerme el mar, el cielo, las estrellas, el universo y, con especial énfasis, el horizonte.
Esa fina línea que separa lo incierto de lo real, el sueño y la frustración, el cielo y la tierra, el mundo de los hombres del reino de los dioses…el horizonte que se extiende en los límites de la visión. Representa el sueño inalcanzable que siempre se escurre entre los dedos- me decía con su mirada perdida- que se aleja al mismo ritmo en que uno se acerca. Por eso él lo alcanzaría. Su aparente imposibilidad era solo el desaliento de los débiles, así se aseguraba el horizonte de que solo los hombres con verdadera determinación llegarían a él. “¡Hasta el cielo-recuerdo  haberle oído gritar en la cima del mástil una noche- puede verse con claridad gracias a los telescopios! Pero dime, ¿pueden esos telescopios decirme lo que se halla en el horizonte? ¿Pueden decirme cuán lejos o cerca estoy de alcanzar el sueño inalcanzable? ¡Dime, ¿pueden hacerlo?!”

Ante la petición de embarcar en un viaje sin rumbo, ¿Qué hace un simple carpintero como yo? ¿Qué hace aquella persona que no aspira ni desea otra cosa que tener qué llevarse a la boca y seguir sobreviviendo? Pues aceptar. Decidí cambiar mi vida pacífica y vacía por el deseo de otra persona, un deseo absurdo, imposible y totalmente ajeno, pero un deseo al fin y al cabo. Mi vida por un sueño, mi vida por un deseo de vivir.

Zarpamos tras abastecernos y después de que recogiera la poca ropa que tenía y mis queridas herramientas que conformaban mi vida. Yo jamás había levantado mi mirada del suelo pero él se encargó de enseñarme el cielo, de desvelarme los secretos tras cada estrella y a mirar al frente, para no perder nunca de vista su ansiado horizonte. Aprendí a adorar su sueño como si fuese mío pero lo que jamás consiguieron mis palabras fue dotarlo de realidad. Mis palabras nunca convencieron a los pueblerinos de los diferentes puertos como las suyas me habían convencido a mí. ¿Por qué? ¿Acaso no reproducía sus palabras con fidelidad? ¿A pesar de mi esfuerzo no consiguió arraigar en mí la nobleza de su cometido? ¿Era yo el único capaz de comprender sus palabras, el único compañero posible para este viaje? Me fui convenciendo de esta última idea ya que desde que me propuso unirme a la travesía nunca oí que le hablara a nadie más acerca de sus divagaciones sobre el horizonte. Realmente él no necesitaba convencer a nadie de su causa, no era un profeta, era un simple soñador.

Su vida se fue consumiendo a lo largo de los dos meses que siguieron a nuestra partida de mi ciudad, quizás fue su sueño lo que le consumía o mi propia presencia, al fin y al cabo es lógico que si te esmeras en llenar el pozo del vecino con tus propias reservas de agua, tarde o temprano serás tú quien se halle falto de ella. Él me llenó de vida y su cuerpo se fue quedando sin ella…pero mis palabras no eran capaces de devolvérsela como las suyas lo eran de dármela. Mas nunca dejó de hablarme entusiasmado de sus sueños, nunca dejo de señalar al horizonte como destino, no le abandonaron ni su mirada perdida ni su sonrisa.

Antes de morir, de dejarme solo en un velero en medio del mar, solo dijo: “por fin he alcanzado mi horizonte”. Con esas palabras se fue abandonando a la muerte con una sonrisa en la boca.

Le cogí en brazos y, rogando porque su cuerpo siguiera el camino de su alma hacia el horizonte, lo lancé al mar.

Un mes hace ya de eso. Ahora mismo se oye llover, vivo en una tormenta continua desde que él murió, tormenta que no me ha dejado volver a tierra desde que todo acabó, tormenta que me ata a su sueño desde que desapareció.

 Se acabaron las provisiones hace mucho tiempo. Las velas están recogidas y el avance lo determina el movimiento de las violentas olas...estoy a merced de lo que el mar decida hacer conmigo, yo no puedo hacer otra cosa que seguir con vida y, en lo posible, continuar con su sueño.

Hoy resuenan en mis oídos sus últimas palabras. En su día pensé que no eran otra cosa que el último delirio de un delirante soñador, que la muerte le hacía ver su sueño cumplido para que pudiese marcharse sin oponer resistencia. Pero ahora, mientras mi vida se despoja de los últimos restos de hueso y carne que forman mi cuerpo, van adquiriendo cada vez mayor sentido. Dudo que sea lo mismo que él pensó antes de morir, pues yo no puedo sonreír al pensar en ese horizonte, en ese sueño desquiciado que me ha hecho perder la vida en el mar, en este velero, por nada. Sin embargo, ¿qué “vida” habría tenido sin este barco?

Por fin sé lo que hay en esa fina línea que separa lo incierto de lo real, el sueño y la frustración, el cielo y la tierra, el mundo de los hombres del reino de los dioses, el Horizonte… pero ya es tiempo cruzar.

Las palmas G.C. a jueves 13 de abril de 2011

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